La economía feminista analiza la interrelación entre género y economía. Así, la economía feminista también toma en cuenta la parte no remunerada, no intermediada por el mercado, de la economía y la sociedad y examina las fuerzas motrices detrás de dicotomías comunes tales como económico-social, productivo-reproductivo, masculino-femenino, pagado-no pagado o público-privado. Además, la economía feminista analiza el patriarcado y el capitalismo como formas interrelacionadas de dominio. En este contexto, surgen preguntas sobre la distribución y disposición de la propiedad, los ingresos, el poder, el conocimiento y el propio cuerpo.
Dado que las tradiciones de investigación liberal y constructivista coexisten con las críticas dentro de la economía feminista, no puede considerarse un paradigma coherente. Sin embargo, todos estos enfoques se ocupan del trabajo reproductivo y los cuidados. Además, la economía feminista analiza las relaciones entre política estatal, ciencia, lenguaje, crecimiento y relaciones de género. La economía feminista critica que la economía sea ciega con respecto a las experiencias de las mujeres y destaca que las mujeres apenas están representadas en la disciplina económica, lo que a su vez afecta a los hallazgos científicos. Así, la economía feminista señala el hecho de que los hallazgos científicos, las ideas comunes y la sociedad en su conjunto están formados por relaciones de poder. Por ejemplo, el análisis de las relaciones de género se ha introducido lentamente en el campo de la economía a pesar de que el movimiento feminista ha estado activo durante siglos.
Las preguntas centrales tratadas en la economía feminista son:
Son elementos centrales de la economía feminista: la comprensión del trabajo, que no solo incluye el trabajo asalariado sino el doméstico y los cuidados, además del (no) pago del trabajo y su distribución entre géneros.
Para la economía feminista, la economía es la forma en que los seres humanos se organizan colectivamente para garantizar su supervivencia (cf. Power 2004, 7). Al trabajar y utilizar los recursos naturales, estos reproducen su subsistencia, a través de la producción de bienes, así como a través de la reproducción individual, social y generativa. El trabajo reproductivo comprende el trabajo intermediado y no intermediado por el mercado, el trabajo remunerado y el no remunerado. El trabajo reproductivo incluye, por ejemplo, criar a los hijos, cuidar de los ancianos, comprar y preparar comidas, limpiar, mientras que la reproducción generativa hace referencia a la gestación de los hijos (cf. Bauhardt 2012, 5, 6). Las actividades de cuidado se llaman simplemente “cuidados” y tienen una dinámica diferente a la producción industrial. El “producto” solo se crea si su destinatario está presente. Además, su calidad se ve fuertemente afectada por la racionalización, por ejemplo, si las máquinas se utilizan para ahorrar tiempo, ya que la calidad de las actividades de cuidados surge del contacto humano (Madörin 2010, 87; Bauhardt 2012, 5-6). Incluso si la esfera productiva siempre requiere una reproductiva, ya que se basa en la disponibilidad de cuidados (y recursos naturales), hasta ahora la economía ha analizado principalmente la parte de la economía intermediada y pagada por el mercado. Sin embargo, el trabajo reproductivo es cada vez más visible, en parte porque este tipo de trabajo ahora se comercializa cada vez más y en parte porque las mujeres participan más a menudo en el mercado laboral. Debido a esta “feminización” del trabajo, la tradición de investigación feminista ha cobrado cada vez más importancia en la economía.
Las revisiones feministas de las teorías marxistas, entre otras, desarrolladas dentro de los movimientos feministas, trabajaron intensamente en el concepto de trabajo y el papel de la esfera reproductiva en el proceso de producción. Conciben el trabajo, incluido el trabajo reproductivo, como la fuente del valor. En consecuencia, el trabajo crea no solo material sino también valor. En la producción industrial, llevada a cabo principalmente por hombres, los propietarios de los medios de producción se apropian del beneficio. Este beneficio representa la diferencia entre el salario que pagan los trabajadores por su reproducción y el valor real de los productos que producen. El salario cubre los gastos de, por ejemplo, la comida y el alquiler de toda la familia, pero no remunera el trabajo reproductivo realizado en su mayoría por mujeres (Federici 2012, 25ss).
Durante la transición del fordismo al posfordismo, la “división del trabajo” entre hombres y mujeres se rompió y desde entonces ha estado cambiando permanentemente (Bauhardt, 2012, 5–7). A pesar de esos cambios económicos y sociales, las economistas feministas enfatizan que las relaciones de poder siguen vigentes. En primer lugar, las relaciones de poder se articulan en forma de remuneraciones bajas –la llamada brecha salarial entre hombres y mujeres– o la doble carga de las mujeres, quienes, además del trabajo asalariado, realizan la mayor parte del trabajo reproductivo. En segundo lugar, se han extendido ampliamente, tanto a nivel internacional –por ejemplo, a través de cadenas globales de cuidado– como de manera intensiva –a través de la comercialización de actividades que antes no se habían ejecutado en el mercado. Además, muchas economistas feministas destacan que la producción capitalista no solo se basa en la explotación de las mujeres, sino también en la explotación de la naturaleza. En consecuencia, la contribución de las mujeres a la economía (trabajo reproductivo) y la de la naturaleza (recursos y sumideros) se infravalora sistemáticamente (cf. Biesecker et al., 2012, 4).
Más allá del análisis marxista, las teorías feministas neoclásicas tratan principalmente las cuestiones de la participación de las mujeres en el mercado laboral y sus ingresos salariales. La economía neoclásica se centra en los resultados de las decisiones de acuerdo con la maximización individual y las evaluaciones realizadas de acuerdo con el principio marginal y los criterios de eficiencia (Haidinger y Knittler 2014, 55–57). En ese marco, la exclusión de las mujeres del mercado laboral podría considerarse ineficiente y que reduce el bienestar, ya que no todas las personas capaces de trabajar participan en el mercado laboral (por ejemplo, Harriet Taylor Mill en 1851, en Haidinger y Knittler 2014, 18-21 o actualmente Maier 2004, 33). Los motivos para explicar el aumento de participación de las mujeres en el mercado laboral apuntan a una mejor educación, mayor productividad en los hogares debido a las máquinas, menores tasas de natalidad y mayor demanda laboral, especialmente en el sector de servicios (Knapp, 2002). Los salarios más bajos que reciben las mujeres en el mercado laboral se deben a su concentración en ciertos sectores, por ejemplo, en el sector de servicios y a la menor inversión en capital humano debido a la posibilidad de cuidar a los niños. Mientras la economía neoclásica ha elaborado esas explicaciones, las economistas feministas enfatizan que los patrones descritos dependen en gran medida del marco institucional, por ejemplo, los modelos de los roles sociales de las familias y las mujeres, que se negocian socialmente en lugar de ser el resultado de un proceso de mercado (Maier 2004, 29).
Muchas economistas feministas basan su trabajo en el constructivismo feminista y su descripción de la imagen de la mujer y el género (Maier 2004, 46). Suponen que, en particular, las ideas y las instituciones determinan la manera en que las personas viven en común, ya que las afirmaciones y concepciones de conocimiento están (pre) determinadas por el lenguaje y la percepción. Con respecto a las relaciones de género, se distingue entre sexo como género biológico y género como género socialmente construido. Las personas con partes del cuerpo (aparato reproductor) femenino se consideran “femeninas”, es decir, emocionales, altruistas y dependientes. Las personas con partes del cuerpo (aparato reproductor) masculino se consideran “masculinas”, es decir, racionales, egoístas e independientes. Tales características socialmente construidas pueden ser más estables que las relaciones materiales en la economía y la sociedad si, por ejemplo, las concepciones del padre trabajador y la madre cariñosa se mantienen en el lenguaje y la imaginación, a pesar de que hay otras constelaciones familiares posibles (Haidinger y Knittler, 2014, 43-45).
Las formas en que se interrelacionan las esferas económica, política, cultural y científica pueden mostrarse con un enfoque interdisciplinario, tomando el ejemplo del surgimiento de la modernidad. Friederike Habermann explica que hasta el siglo XVII, las mujeres, si bien no contaban con el símbolo de estatus del pene, se consideraban hombres de segunda clase, pero participaron en la esfera económica y política. Con la caza de brujas (entre otros sucesos), la feminidad se construyó como algo relacionado con la naturaleza, la emoción y la maldad, mientras que se suponía que la masculinidad era civil, racional y guiada por la razón y la moralidad. Se crearon diferentes ámbitos, como el público y el privado. La participación limitada en esas esferas se justificaba por supuestas disposiciones biológicas. Por ejemplo, en el periodo de la revolución francesa, las mujeres ya no podían participar en los ámbitos político y económico. En cambio, fueron destinadas a la esfera (también construida) de lo privado, social y doméstico. Durante este tiempo, el orden político y económico basado en los estados llegó a su fin y surgió el campo de la economía. Este último se basó en las construcciones teóricas de los mercados y el ideal del ciudadano masculino: el homo economicus (Habermann 2010, 157ss.).
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Las relaciones de género son la pregunta clave de la economía feminista y pueden definirse como el punto de partida común para diferentes análisis (Haidinger y Knittler 2014, 43). Las relaciones de género son evidentes en los desequilibrios de poder dentro de las familias y en la distribución de recursos como el dinero, el tiempo o la movilidad; además, influyen no solo en el empleo de las mujeres sino también en las relaciones macroeconómicas (Haidinger y Knittler 2014, 127s.). Mientras que las economistas feministas que trabajan en la tradición neoclásica describirían la escasez de recursos como un problema económico central, la mayoría de las economistas feministas conciben las relaciones de poder como una fuerza central que impulsa las dinámicas sociales y económicas. Además de las desigualdades de género, también se analizan otras relaciones de poder, por ejemplo, aquellas relacionadas con la ascendencia étnica o social. El análisis común de las diferentes formas de desigualdad (raza, clase, género) y su interrelación se denomina interseccionalidad (cf. Vinz 2011). En este contexto, se debe enfatizar que la categoría “mujeres” no es homogénea, ya que las mujeres tienen diferentes trasfondos y experiencias. Esto significa que también deben tenerse en cuenta, por ejemplo, la clase u otras formas de discriminación (Mader und Schultheiss 2011, 411).
Para analizar las jerarquías de género, la economía feminista considera que es igualmente relevante examinar la economía de los hogares, así como las políticas económicas o los agregados macroeconómicos (Haidinger y Knittler, 2014, 43). Primero, analiza cómo las jerarquías de género influyen en las estructuras de los hogares y (como resultado de lo anterior) en las oportunidades o decisiones de empleo, el pago o el acceso a créditos. Segundo, también es objeto de estudio la interrelación entre los hogares y el estado. Las economistas feministas señalan que las políticas económicas, como la redistribución, están formadas de acuerdo con las normas de género y, al mismo tiempo, influyen en las relaciones de género.
Por tanto, los análisis de la economía feminista tienen lugar principalmente en el nivel meso. Sin embargo, la economía feminista destaca el papel central de las relaciones de género para el análisis de las relaciones macroeconómicas, por ejemplo, señalando la ceguera de género de los agregados macroeconómicos, como la contabilidad nacional y el PIB, en particular. Sin embargo, la investigación a nivel macro a menudo se realiza haciendo referencia al nivel meso, por ejemplo, para el análisis del impacto del desempleo, el crecimiento y la distribución del ingreso en las desigualdades sociales (Haidinger y Knittler 2014, 126ss.). Esas interacciones, así como el supuesto de que los procesos sociales están sujetos a cambios, demuestran la concepción dinámica del tiempo de la economía feminista:
“Un punto de referencia central para la economía feminista fue [y sigue siendo] el proceso que estableció la división de género en el trabajo y la opresión de las mujeres en la esfera pública y privada mediante leyes, normas sociales, educación o violencia” (Haidinger y Knittler 2014, 36 traducción propia).
La economía feminista apunta particularmente a la relevancia del cuidado y la esfera reproductiva (no intermediada por el mercado), lo que se ignora particularmente en contextos macroeconómicos (Bauhardt y Çağlar 2010, 9). Este enfoque fue establecido por las feministas marxistas en la década de 1970, quienes iniciaron el debate sobre los salarios para las tareas domésticas. Demandaban tener en cuenta el valor de las actividades reproductivas no remuneradas. A pesar de los cambios económicos desde la década de 1970, como la comercialización del trabajo reproductivo, varios argumentos del debate continúan siendo relevantes para la economía feminista: primero, que la producción capitalista se basa en los cuidados no remunerados o infravalorados y, en segundo lugar, que los cuidados son fundamentales para los análisis económicos (Haidinger y Knittler 2014, 85ss). Esto muestra la relevancia de los contextos para los análisis de la economía feminista: se argumenta que los fenómenos económicos no pueden considerarse entidades aisladas. Por el contrario, las esferas que a menudo se consideran separadas, como lo público y lo privado, lo reproductivo y lo productivo, lo social y lo económico, están lógicamente conectadas. Por ejemplo, la producción económica depende en gran medida de las actividades de cuidado, como cocinar o el afecto.
Las economistas feministas constructivistas enfatizan la construcción social de los atributos de género y, en consecuencia, ponen en cuestión esos atributos. Esto no significa que esto último no tenga consecuencias materiales: el género es un principio regulador central de la economía y la sociedad. Así, las nociones de género producidas socialmente condicionan significativamente el comportamiento, los modelos a seguir, las decisiones y las desigualdades económicas. Esto también está relacionado con la crítica de la economía feminista al concepto neoclásico del homo economicus según el cual los humanos son individuos racionales e independientes con preferencias fijas (comparar con Habermann 2008). Incluso si algunas economistas feministas que trabajan en la tradición neoclásica utilizan el constructo del individuo racional, que maximiza la utilidad y con preferencias fijas, la mayoría de las economistas feministas exponen los problemas de esta noción. Argumentan que los individuos no pueden ser considerados separados del contexto social, lo que influye significativamente en su identidad. Las decisiones dependen de la estructura del hogar, los antecedentes económicos, las expectativas sociales y el trabajo de cuidados que se lleva a cabo aparte del trabajo asalariado.
Además, el significado de las relaciones de género en el discurso social cambia permanentemente (Haidinger y Knittler 2014, 51). En contraposición con el homo economicus autorreferencial que maximiza la utilidad, en particular, la economía feminista crítica enfatiza la posibilidad de la colaboración. Un ejemplo de ello es el concepto de los Comunes, que describe la organización y el uso común de bienes y recursos (Federici 2011).
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Para la epistemología feminista, la siguiente pregunta es fundamental: ¿quién ha realizado los hallazgos que estamos debatiendo? Más concretamente, ¿es el sexo del conocedor epistemológicamente significativo? (Code 1981). Así, se destacan el carácter situado del conocimiento y las relaciones de poder en la producción científica (Singer 2010). El término “conocimiento situado” fue acuñado por Sandra Harding y Donna Haraway (Haraway 1988, Harding 1991). Conocimiento situado significa que el investigador siempre está integrado en un determinado contexto histórico, cultural, social y económico. Esto afecta al interés de la investigación y la perspectiva, así como a los hallazgos científicos. Además, el conocimiento siempre se produce a partir de una cierta posición de poder. En consecuencia, surgen las preguntas: ¿qué temas se consideran relevantes o qué investigación se considera científica? ¿A qué intereses sirven? Así, el género del investigador influye en las preguntas de investigación, los métodos y los resultados. Esto se manifiesta en la doble ceguera de la economía con respecto a las mujeres, su falta de representación en la economía como disciplina, así como el desconocimiento de las situaciones de las mujeres y su contribución a la economía.
Según Mona Singer (2010), el conocimiento situado es un punto de partida común desde el que se extraen diferentes conclusiones epistemológicas. Singer presenta los siguientes tres enfoques.
1. La teoría del punto de vista feminista asume que las mujeres, debido a su situación, pueden analizar la realidad de manera más adecuada. De manera similar que a la capacidad de la clase trabajadora para comprender y liberarse de la opresión que aparece en el análisis de Marx, las mujeres y otros grupos discriminados están mejor equipados para comprender las estructuras de opresión y sus implicaciones que la clase dominante (Bar On 1993 en Code 2013). [autor: 2014 en refs; ¿cuál es correcto?], 13). Sin embargo, se enfatiza que las posiciones de los oprimidos no tienen un derecho exclusivo a la verdad. Así, la teoría del punto de vista no aboga por el relativismo, sino que refuerza un “objetivismo fuerte” al que se puede llegar mediante la inclusión de diversas formas de conocimiento.
2. El empirismo feminista resalta la importancia de la investigación empírica para describir mejor las desigualdades. Los representantes enfatizan que los análisis empíricos no son objetivos ni contextualmente independientes y no presentan hallazgos inequívocos y, a menudo, presentan causalidades de forma simplificada. Además, el enfoque cuestiona los criterios científicos actuales y destaca la importancia de la adecuación empírica, la innovación, la complejidad, la aplicabilidad a las necesidades humanas y la descentralización del poder como valores feministas en la ciencia (Longino y Lennon, 1997, 21-27).
3. La epistemología posmoderna es más escéptica ante la posibilidad de cambiar el discurso o las instituciones y alcanzar la emancipación mediante la ciencia. Según este enfoque, el conocimiento está conectado al poder y la producción de conocimiento debe ser analizada críticamente. No es posible una perspectiva objetiva sobre el mundo; sin embargo, siempre hay construcciones de la realidad, que están determinadas por relaciones de poder. En consecuencia, también los partidarios de la teoría del punto de vista feminista representan ciertos intereses, por ejemplo, los de las mujeres estadounidenses o europeas. El feminismo del punto de vista respondió a esta crítica y comenzó a incluir, como se mencionó anteriormente, discusiones sobre las perspectivas de las personas marginadas de la mano de las reivindicaciones por la democratización del conocimiento (Singer, 296–298).
Además, la economía feminista se considera a menudo una perspectiva orientada a objetos, ya que analiza el papel de las relaciones de género en la economía e incluye diferentes perspectivas sobre este objeto de investigación. Incluso si esos enfoques se adhieren a perspectivas diferentes, además del pensamiento relativista, los enfoques constructivistas han adquirido relevancia en la economía feminista durante las últimas décadas. Debido al punto de partida común –el conocimiento situado (descrito anteriormente)– la economía feminista puede describirse cada vez más como orientada a la perspectiva, ya que reconoce la relevancia de las diferentes formas de conocimiento.
La metodología de la economía feminista es bastante diversa e incluye la construcción deductiva e inductiva de teorías, así como la dialéctica. Tanto la metodología deductiva como la inductiva se basan en una visión del mundo empirista y positivista, donde las situaciones pueden ser capturadas mediante observaciones y las hipótesis pueden ser falsificadas (falibilismo). En la metodología deductiva, las declaraciones concretas se derivan lógicamente de premisas generales. En el procedimiento inductivo, las tesis generales se derivan de las observaciones. Al final, ambos enfoques se determinan mutuamente. Muchas economistas feministas trabajan formal y empíricamente en la tradición deductiva (van Staveren, 2010, 27). Sin embargo, la investigación inductiva se ha considerado particularmente fructífera para el joven campo de la economía feminista, ya que ofrece la posibilidad de crear nuevas categorías e hipótesis (Krüger 1994, 78 en Mader y Schultheiss 2011, 415).
En su artículo Feminismo y economía, Julie Nelson (1995) describió que los modelos matemáticos están asociados con la masculinidad y la dureza, mientras que a los métodos cualitativos les son atribuidos características femeninas y están relacionados con la debilidad (científica). Ella argumentó que la ciencia no se debe reinventar, pero que los análisis feministas deben incluir una amplia variedad de modelos y métodos que se adapten mejor a la pregunta de investigación respectiva. En consecuencia, las economistas feministas utilizan métodos tanto cualitativos como cuantitativos. Por ejemplo, se pueden usar métodos cualitativos para mostrar múltiples estructuras de desigualdad, mientras que los métodos cuantitativos permiten una revisión de las estadísticas con respecto a las relaciones de género (Mader y Schultheiss, 2011). A menudo, se utiliza una combinación de métodos cualitativos y cuantitativos, manejando una amplia variedad de métodos, desde la econometría hasta el análisis discursivo.
Siguiendo los análisis marxistas, autores como Gillian Howie (2010) intentaron desarrollar dialécticamente términos de la teoría feminista, ya que este enfoque se considera especialmente útil para analizar las relaciones sociales y la creación de conocimiento (Hartsock, 1998). Un enfoque dialéctico no asume causalidades lineales, sino que tiene una concepción dinámica de procesos posiblemente contradictorios. La economía y los desarrollos sociales emergen de una tensión de diferentes procesos.
Se estableció un método especial de economía feminista, llamado “autoconciencia” (“consciousness raising”), durante la segunda ola de feminismo. El método consiste en personas de diferentes orígenes socioeconómicos, en su mayoría mujeres, que se reúnen en espacios seguros. Luego, se reflejan sus diferentes experiencias y, al final, se sistematizan en un diálogo común (MacKinnon 1989, 87ss.).
La economía feminista siempre se ha entrelazado con movimientos políticos y sociales, especialmente con el movimiento de mujeres, abogando por el derecho al voto, el acceso al mercado laboral, la independencia financiera, la participación en sindicatos, la autodeterminación y el reconocimiento sexual y físico (Haidinger y Knittler 2014, 8, 15ss., 75s.). Además, abogaron por la extensión del concepto trabajo, que no solo debería incluir las actividades pagadas, sino también las no pagadas (Mader y Schultheiss 2011, 416). El objetivo de teorizar y analizar es señalar las jerarquías de género y otras desigualdades, criticar las estructuras económicas o sociales, las instituciones o las leyes y presentar alternativas que permitan la emancipación de las mujeres y las personas de color (comparar Haidinger y Knittler, 38). Así, la emancipación no se percibe de manera uniforme y se proponen políticas distintas entre las diferentes perspectivas de la economía feminista. Por ejemplo, la economía feminista liberal exige la igualdad de género con respecto a los salarios, la elección vocacional (igualdad de oportunidades) o la representación en organismos políticos y departamentos económicos, por ejemplo, a través de cuotas. Otra exigencia es tener en cuenta la dimensión de género en las decisiones políticas y económicas (es decir, la transversalización de la perspectiva de género).
Por otro lado, las economistas feministas críticas solicitan una transformación de la economía hasta la reorganización (revolucionaria) de la sociedad. La integración de la mujer y el cuidado en el mercado laboral se considera un paso emancipador importante. Sin embargo, señalan la consecuente doble carga de las mujeres, que continúan prestando cuidados no remunerados, y la racionalización del mercado que no cumple con los requisitos de los cuidados. Por lo tanto, la economía feminista crítica se enfoca en las estructuras subyacentes de las desigualdades (Haidinger y Knittler 75ss.).
Las exigencias políticas de las economistas feministas incluyen: la reducción de las horas de trabajo, una renta básica o conceptos más radicales, como la perspectiva cuatro en uno desarrollada por Frigga Haug. Esta perspectiva aboga por la distribución del tiempo disponible en cuatro esferas iguales: además del trabajo asalariado y reproductivo, incluye el voluntariado y el ocio (Haidinger y Knittler 2014, 150ss., Haug 2008). Además, la economía feminista crítica también tiene posiciones comunes con los movimientos ecologistas. Señalan la interconexión de la crisis ecológica y la crisis de la reproducción social (ver más abajo: crisis múltiples). Esto incluye una crítica del crecimiento capitalista, haciendo referencia al debate del decrecimiento, o el desarrollo (sostenible). Las alternativas propuestas son: el concepto de comunes (por ejemplo, Federici 2011), que implica el uso comunitario y la organización de bienes y recursos, además de los llamados medios de vida sostenibles, que apunta al uso autodeterminado de los recursos y formas de vida (Bauhardt 2012, 14).
Además, la cuestión de cómo están representadas las mujeres en la disciplina económica y cómo esto afecta la creación de conocimiento y las recomendaciones de políticas es en sí misma una cuestión política. Por ejemplo, las experiencias sociales y económicas de las mujeres y el trabajo no remunerado apenas se consideran en los análisis económicos y políticos. Por tanto, señalar el hecho de que la economía no es neutral en cuanto al género y que las experiencias de las mujeres deben tenerse en cuenta o incluso estar en el centro de los análisis económicos son objetivos importantes de la economía feminista (cf. Mader und Schultheiss, 2011, 405ss.).
En esta sección se presentan debates actuales en economía feminista; los ejemplos abarcan contribuciones desde diferentes perspectivas de la economía feminista.
Los estudios de presupuestos de tiempo y los presupuestos con perspectiva de género son dos instrumentos centrales de análisis en la economía feminista.
En el debate sobre el trabajo no remunerado, los estudios de presupuestos de tiempo proporcionan una idea de la manera en que las personas asignan su tiempo entre el empleo, el trabajo reproductivo no remunerado, el ocio, etc. Esos estudios son relevantes desde una perspectiva de género, ya que no miden los flujos monetarios, sino el tiempo empleado, como un indicador de la riqueza económica (Bauhardt 2012, 4); además, permiten calcular la proporción de mano de obra no remunerada en el PIB (Haidinger y Knittler 2014, 134s.). Por ejemplo, un estudio realizado por la Agencia de Estadística de Alemania (Statistisches Bundesamt 2015) presenta el tiempo dedicado a estas diferentes categorías de actividades por mujeres y hombres en Alemania durante 2012 y 2013. En comparación con los datos de 2001 y 2002, ambos sexos dedicaron menos tiempo al trabajo no remunerado. Sin embargo, las mujeres aún dedicaron dos tercios de su tiempo al trabajo no remunerado, mientras que los hombres dedicaron menos de la mitad.
Los presupuestos con perspectiva de género analizan el impacto específico del género en los ingresos y gastos públicos. Un ejemplo sería estudiar el impacto de los impuestos o el gasto público en el cuidado infantil sobre la situación económica de las mujeres. Haidinger y Knittler consideran que los presupuestos con perspectiva de género son el concepto e instrumento más influyentes de la economía feminista (Haidinger y Knittler 2014, 139). Los presupuestos con perspectiva de género representan un concepto comúnmente conocido y aceptado que, por ejemplo, forma parte de la constitución de Austria.
A raíz de la crisis financiera y económica, que comenzó a fines de la década de 2000 y todavía está presente en muchas partes del mundo, un amplio campo de investigación llamó la atención de la economía feminista. En este contexto se desarrolló una pregunta de investigación central: ¿qué impacto tuvieron la recesión, las medidas de rescate, la austeridad y sus consecuencias económicas y sociales en las mujeres y las relaciones de género? Si bien las ocupaciones en las que los hombres están sobrerrepresentados se vieron más afectadas por la recesión, los programas de austeridad durante la segunda ola de la crisis tuvieron un impacto negativo mayor en las mujeres. Las instituciones públicas y las ayudas gubernamentales se enfrentaron a recortes y, por lo tanto, recurrieron a la compensación de las actividades de cuidado en la esfera privada, lo que significa que los cuidados se llevan a cabo cada vez más en el hogar. Además, se puede observar un retroceso conservador en varios estados miembros de la UE. Consecuentemente, están en juego los logros en materia de igualdad de género. Al mismo tiempo, la economía feminista crítica ha cuestionado si la crisis ha abierto la puerta a intervenciones anticapitalistas (compárese con Karamessini y Rubery 2013). En este contexto, el término crisis múltiple ilustra que la crisis financiera y económica, la crisis ambiental y la crisis de la reproducción social no son fenómenos separados, sino diferentes caras del capitalismo en crisis (cf. Brand, 2009).
Este es un amplio campo de investigación en economía feminista. Se analizan el papel de la mujer en la globalización, el impacto de la globalización y el desarrollo económico en las mujeres, así como la comercialización de la economía de subsistencia. A menudo, el objeto central del análisis son los microcréditos o las mujeres en áreas rurales. Otro aspecto importante son los derechos de las mujeres y la consideración del género en el contexto de las estrategias de desarrollo, actualmente en relación con los nuevos objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas (ver presupuestos con perspectiva de género). El campo también incluye la crítica del término desarrollo (cf. Bauhardt 2012). Véase, por ejemplo, el número especial de Feminist Economics on Land, Gender, and Food Security 2014, 20 (1) y el número especial de Gender & Development 2016 24 (1) sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El término cadena de cuidado global fue utilizado por primera vez por Arlie Hochschild (2000). Describe procesos complejos que, en general, surgen de la incorporación de mujeres al mercado laboral en los países industriales occidentales. Este desarrollo desemboca en la contratación mujeres inmigrantes como trabajadoras domésticas o cuidadoras, mientras que sus hijos son atendidos por la familia (Haidinger y Knittler 2014, 120ss). Estas dinámicas suscitan preguntas sobre la comercialización de las actividades reproductivas, las horas de trabajo, la división del trabajo entre los géneros, las decisiones de empleo o la prestación pública de cuidados. Los estudios de presupuesto de tiempo se utilizan a menudo para analizar la economía del cuidado. También hay análisis sobre las desigualdades globales, el trabajo sexual, la feminización de la inmigración o el papel de las remesas a los países de origen (por ejemplo, el número especial de Feminist Economics on Gender and International Migration 2012, 18 (2), próximo número especial de 2016 de Feminist Economics sobre el trabajo sexual y la trata.
Esta sección proporciona una breve descripción de los desarrollos históricos relacionados con la economía feminista. Más adelante se distinguen diferentes teorías dentro de la economía feminista, ya que a pesar de tener el objetivo común de analizar las dimensiones de género de la economía y la interacción de la economía y las desigualdades de género, no presentan un marco teórico común (por ejemplo, ver Knittler y Haidinger 2014, Mader y Schultheiss 2011).
A día de hoy, las mujeres apenas tienen visibilidad en la economía. En la historia del pensamiento económico, apenas se mencionan mujeres, a pesar de que durante siglo XIX teóricas mujeres ya escribían acerca de asuntos económicos. Por ejemplo, Jane Marcet (1769–1858) y Harriet Martineau (1802–1876) fueron autoras de importantes trabajos estándar sobre economía política. Sin embargo, las mujeres no siempre publicaron utilizando su propio nombre; por ejemplo, Hariett Taylor Mill –que, según Haindinger y Knittler (2014, 18), es una de las más destacadas escritoras e intelectuales del movimiento de las primeras mujeres en Inglaterra durante el siglo XIX– fue autora de numerosos trabajos junto con su esposo, John Stuart Mill, mientras usaba su nombre. En cuanto al contenido, Mill abogó por el empleo de las mujeres. Con “The Accumulation of Capital”, Rosa Luxemburgo escribió una de las obras centrales de la teoría marxista. Muchas teóricas femeninas estaban estrechamente vinculadas al movimiento de mujeres o defendían el empleo de la mujeres o su participación en sindicatos en el movimiento obrero (por ejemplo, Clara Zetkin, August Bebel).
Además, el surgimiento de la economía feminista como disciplina estuvo estrechamente ligado a procesos sociales, políticos y económicos, entre otros, las reivindicaciones políticas de la segunda ola de feminismo en los años setenta. “Más allá del hombre económico: Economía y teoría feminista” de Marianne A. Ferber y Julie Nelson (1993), así como “Si las mujeres contaran” de Marilyn Waring (1988) se consideran hitos de la economía feminista. Estos trabajos plantearon cuestiones como el trabajo no remunerado, una crítica de la contabilidad nacional y la insuficiente presencia de mujeres en la ciencia. Con la fundación de la Asociación Internacional para la Economía Feminista en 1992 y la publicación Feminist Economics en 1995, la economía feminista obtuvo una plataforma institucionalizada para el intercambio. Dado que un número creciente de mujeres se ha integrado al mercado laboral, las demandas y los análisis han cambiado desde la década de 1970 para incluir diferencias en el mercado laboral, la macroeconomía, el cuidado, la producción de conocimiento y las identidades.
La economía feminista en sí misma es muy diversa, pero en particular se pueden destacar tres perspectivas que podrían denominarse corrientes de la teoría feminista:
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“Las mujeres han estado ausentes en gran medida no solo como investigadoras de la economía, sino también como sujetos del estudio económico” (Ferber y Nelson 1993, 4)
En 1993, Ferber y Nelson destacaron la doble ceguera de género de la economía en su publicación “Más allá del hombre económico”. Primero, la realidad de las mujeres no está representada en las teorías y análisis económicos y, segundo, las mujeres apenas están representadas en la ciencia económica. Esto, a su vez, afecta a la teorización económica: refuerza la concepción andrógina de las personas y desatiende la dimensión de género en la economía. Por tanto, una preocupación importante de la economía feminista consiste en incluir los procesos sociales de género, como la división del trabajo, en los análisis económicos. Si se toman en cuenta las relaciones de poder y dominio, muchas de las suposiciones y explicaciones de la economía convencional –por ejemplo, cómo se determinan los salarios–, deben ser replanteadas. Un ejemplo destacado de la ceguera de género de la teoría económica es el enfoque de Gary Becker, New Home Economics, uno de los pocos análisis neoclásicos que explica el trabajo doméstico. En su análisis, en una familia se toman las decisiones sobre quién trabaja de manera racional (por ejemplo, quién tiene los ingresos más altos). La teoría atribuye biológicamente las “ventajas reproductivas comparativas” (Çağlar 2009, 224, traducción propia) a las mujeres, según las cuales las mujeres tienden a realizar el trabajo doméstico y los hombres el trabajo asalariado. Además, las decisiones las toma un jefe de familia altruista (masculino), mientras que no se analizan las preferencias divergentes o las repercusiones (Ferber 2003). Pujol sostiene que la imagen que las mujeres reciben en la economía neoclásica es similar a la de los padres fundadores, como Pigou, Jevons, Edgeworth o Marshall, que describe a las mujeres como amas de casa, madres, casadas, dependientes del marido, y como irracionales e improductivas. (Pujol 1995, 17s.)
Otra crítica central de la economía feminista aborda la concepción neoclásica del individuo, el homo economicus (comparar con Habermann 2008), que actúa racionalmente y maximiza la utilidad en el mercado y es representado por un sujeto masculino y blanco. En contraste, la economía feminista considera que los individuos están integrados en las estructuras sociales y económicas, lo que determina su (im)posibilidad de acción. Además, el concepto del homo economicus asume la existencia de un otro irracional, femenino y emocional (entre otras características), que está asignado a la esfera “femenina”, o la llamada esfera “privada”. Otro punto de partida para la crítica de la economía feminista es la división entre las esferas del mercado y el hogar. En el mercado, se producen acciones productivas (masculinas); en la esfera “privada”, ocurren actividades improductivas (femeninas). Primero, esta perspectiva define las actividades no pagadas como improductivas y como no generadoras de valor. Segundo, desatiende el papel de las actividades reproductivas en el proceso de producción. Esto también tiene consecuencias para los agregados macroeconómicos, ya que esas actividades no se contabilizan en las cuentas nacionales. Esta es la razón por la cual, para la economía feminista, los indicadores como el PIB no son adecuados para medir la riqueza.
Feminist Economics: http://www.feministeconomics.org/
Muchas economistas feministas publican en revistas de economía, ciencia política o sociología: Femina Politica, Gender & Development, Feminist Review, Feminist Studies, Gender, Work & Organization, International Feminist Journal of Politics, Feminist Theory, Politics & Gender, Gender & Society.
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Título | Conferenciante | Proveedor | Inicio | Grado |
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Global Trends in a Changing Social World | Emily Barman; Maxwell Boykoff; Per Jensen; Guðný Björk; Tine Rostgaard; Simone … | Universität Hamburg | a su propio ritmo | debutante |
End of Equality | Beatrix Campbell | - | a su propio ritmo | debutante |
An Introduction to Political Economy and Economics | Dr Tim Thornton | n.a. | 2022-01-30 | debutante |
Readyfor55 - Wirtschaftspolitik auf dem Weg zur Klimaneutralität | Zertifikatsprojekt, Netzwerk Plurale Ökonomik | - | ninguno | debutante |
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Peut-on faire l’économie du genre ?
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La Découverte
L’ennemi principal : économie politique du patriarcat
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Nouvelles questions féministes