Economics need to change - now more than ever! With Exploring Economics, we strengthen alternative economic approaches and counter mainstream economics with a critical and pluralistic vision of economic education. We also provide background analyses on current economic debates to strengthen a critical economic discourse.
Unfortunately, we are running out of money to continue our work.
With a small contribution you can help Exploring Economics to stay online. Thank you!
We are a registered non-profit organization | Bank account: Netzwerk Plurale Ökonomik e.V., IBAN: DE91 4306 0967 6037 9737 00, SWIFT-BIC: GENODEM1GLS | Imprint
Autores: Alexander Barta, Jorim Gerrard, Jakob Steffen y Frieder Zaspel
¿Qué es la inflación? ¿Por qué es relevante? ¿Hay una teoría consensuada con respecto a sus orígenes y sus causas o es un concepto más bien polémico? Sobre estas cuestiones trata precisamente este texto: empezamos definiendo lo que significa realmente la inflación para adentrarnos luego en el debate teórico desde una perspectiva interdisciplinar y pluralista: ¿cuál es su causa?, ¿qué factores influyen en ella? y en consecuencia, ¿qué podemos hacer al respecto?
Es uno de los parámetros macroeconómicos más relevantes y, por tanto, el objeto de un acalorado debate sobre sus orígenes, sus peligros y sus soluciones potenciales. Hablamos de la inflación y de su (no menos problemática) prima hermana: la deflación.
En su definición más rudimentaria la inflación se refiere a la subida de los precios, nada más. Todo lo demás que se asocia tradicionalmente al término, como por ejemplo, una sobreabundancia de dinero, la falta de trabajadores disponibles en el mercado laboral (y en cínica contrapartida, un volumen "insuficiente" de personas desempleadas), la devaluación del papel moneda… Todas estas ideas forman ya parte de perspectivas específicas en torno a la inflación y deberían mantenerse al margen de la estadística en sí.
Así que, en definitiva, la inflación se refiere a una subida generalizada de los precios, es decir, en todo el conjunto de la economía. Del mismo modo, la deflación se refiere a un descenso de los precios. Pero espera, ¿no es esto último algo bueno? ¿No hay gente que afirma que el "tipo adecuado de deflación" es de hecho algo bueno? Y ¿acaso los bancos centrales por su parte no están intentando mantener una inflación moderada de entre un 1 y un 2 %? Bueno, pues resulta que todo esto vuelve a ser teoría.
Entonces, ¿cuál es el quid de la cuestión de la inflación y la deflación? Es el siguiente: cuando hablamos de precios de bienes y servicios nos referimos a lo que los economistas llaman precios nominales; esto es, al dinero necesario para pagar estos bienes y servicios. Pero es obvio que uno tiene que pagar dinero para comprar cosas, ¿no? ¿Qué hay de especial en esta afirmación tan trivial? Bueno, pues en términos de teoría económica, muchas cosas.
Antes de sumergirnos en el debate teórico sobre la inflación entre las distintas escuelas de pensamiento económico resulta útil sacar a colación la definición del renombrado historiador económico Adam Tooze (2021) para hacernos una mejor idea del concepto:
"A la hora de tratar la inflación, la economía se abstrae de los choques idiosincrásicos. La inflación se define como una presión al alza generalizada sobre todos los precios, al margen de los choques de demanda idiosincrásicos. En ese sentido, la inflación es un concepto agregado, macroeconómico.
El único común denominador real de la actividad económica de todas las sociedades de mercado es el dinero. El intercambio de bienes por dinero. Así en tanto que una presión al alza sobre el precio de todos los bienes, la inflación se define en función del dinero. De hecho, como bien nos recuerda Rebecca L. Sprang, en una de sus brillantes columnas de opinión tan características, cuando el término “inflación” empezó a usarse en un contexto económico en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XIX, se refería principalmente a la expansión monetaria, no al cambio de precios que pueda causar dicha expansión monetaria. Era la masa monetaria lo que se estaba inflando, no los precios."
En vista de esta observación, Tooze (2021) formula la siguiente definición:
"Así, la infracción puede definirse como un cambio en los términos de intercambio entre (1) dinero y (2) bienes, experimentada (3) por un grupo de personas específico y (4) recogido por un aparato estadístico específico."
Por último, es crucial reconocer que la propia medición de la inflación, es decir, la determinación de una canasta de bienes y servicios cuyos precios se tienen en cuenta para hacer el cálculo, así como la propia producción de la estadística, son en sí mismas decisiones selectivas, guiadas por la teoría y, efectivamente, políticas: no existe una "inflación objetiva" como tal. Respecto a esto, Adam Tooze (2021) vuelve a ofrecer una aclaración memorable:
"La elección de un indicador estadístico no es sólo una cuestión de diseño (la elección de una canasta, etc.). Los indicadores estadísticos tienen que ser producidos. Su producción implica capital, trabajo, tecnología… Y movilizar estos recursos y hacer que funcionen implica un ejercicio de poder. La extracción de la materia prima de datos implica un ejercicio de autoridad, ya sea por medio de la ley o de otros métodos persuasivos y coercitivos.
Los datos son negocios. Los datos son políticos. Y esto tiene una relevancia especial en el caso de la inflación porque las inflaciones son eventos controvertidos. Generan ganadores y perdedores, y por este motivo es tan importante la inflación. Es posible que los ganadores no quieran que sus ganancias sean documentadas. Los perdedores querrán documentar sus pérdidas con el fin exigir una compensación. Las cifras de la inflación no son meramente descriptivas; son parte de la economía política del proceso que describen. Como diría el gran etnometodólogo Harold Garfinkel, cuando hablamos de la inflación hay buenas razones para dar los datos malos."
Una vez dicho esto podemos adentrarnos en el debate teórico. La siguiente tabla ofrece una visión general de los factores que impulsan la inflación según las distintas escuelas de pensamiento:
Escuela de pensamiento | Masa monetaria/ Oferta del dinero |
Utilización de la capacidad productiva/ Capacidad ociosa |
Expectativas | Presión de los precios (especialmente de los salarios) |
Presión de la demanda |
Conflicto distributivo |
Política de fijación de márgenes de beneficio (markup) |
Neoclásica/ Monetarismo |
x |
|
|
|
|
|
|
Neokeynesianismo |
x |
x |
(x) |
(x) |
(x) |
|
|
Poskeynesianismo |
|
|
x |
x |
x |
x |
x |
Teoría monetaria moderna |
|
|
|
(x) |
x |
x |
|
Economía política |
x |
|
|
|
|
x |
(x) |
Teoría sociológica |
|
|
(x) |
x |
|
x |
|
"La hiperinflación es una amenaza inminente; los bancos centrales están imprimiendo dinero como locos." Esta es una afirmación que se escucha mucho desde la última gran crisis financiera. Los partidarios de esta tesis están influenciados por el monetarismo clásico. Para ellos, el aumento de los precios se debe al aumento de la cantidad de dinero creado por los bancos centrales. El concepto teórico que se esconde detrás de esta idea es la teoría cuantitativa del dinero, según la cual, si tenemos una cantidad fija de bienes determinada por la economía real, un aumento de la oferta monetaria no hará otra cosa que causar un incremento de los precios. Esta conclusión es el resultado directo del concepto de "dinero neutral": una economía está determinada por una serie de precios reales relativos que son independientes de los cambios en la oferta monetaria, de modo que esta última solo afecta a la demanda nominal agregada (consulta estos conceptos y la teoría neoclásica/monetarista de la inflación en general en Anderegg 2007).
En este sentido, el principio fundamental de toda la macroeconomía (neo-)clásica es la ley de Say: toda oferta crea automáticamente su propia demanda. Según este principio los mercados, organizados por el subastador walrasiano, siempre se vacían al alcanzarse determinados precios reales relativos. La ley de Say incluye también el mercado laboral; de este modo, el desempleo siempre sería completamente voluntario. El dinero, por su parte, simplemente existe para facilitar las transacciones.
Teniendo en cuenta estos elementos, es fácil entender el pilar que sustenta la modelización macroeconómica que emplean tanto los bancos centrales como los periodistas financieros: el modelo de la curva de Phillips (ver, por ejemplo, Mankiw 2019). Este modelo postula una relación sistémica inversa entre el desempleo y la inflación; es decir, si el desempleo es alto la inflación es baja, y viceversa. Esto quiere decir que la cantidad de trabajo empleado está determinado por factores estructurales del mercado laboral, principalmente, y ante todo por los salarios reales. Es el factor trabajo, entonces, lo que determina la producción real en la economía. Si el desempleo es alto y, por consiguiente, la cantidad de trabajo utilizado es baja, un aumento de la producción puede ser acomodado fácilmente mediante el empleo de nuevos trabajadores, así que no es necesario que los precios aumenten. Si aumenta el empleo, la nueva oferta crea su propia demanda, dejando intacta la ley de Say. Pero cuando nos acercamos al pleno empleo, es decir, cuando el índice de desempleo se acerca a su límite inferior (ver la siguiente sección sobre teoría neokeynesiana en general y la discusión en torno o la tasa de paro no aceleradora de la inflación o NAIRU, por sus siglas en inglés, en particular), la economía se da de bruces contra su punto máximo de capacidad productiva, así que una demanda adicional no puede verse satisfecha por un aumento de la producción real y, en su lugar, los precios empiezan a aumentar para que la producción nominal y la demanda vuelvan a su punto de equilibrio.
Esta es la teoría Phelbs-Friedman de la inflación: si aumentamos la oferta monetaria y/o el gasto fiscal mediante el endeudamiento, la demanda adicional resultante va a generar, a largo plazo, inflación, ya que el equilibrio subyacente del mercado laboral, que está determinado por el índice de salarios reales, se mantiene inalterado. En el peor de los casos, con precios fijados por factores exógenos como, por ejemplo, rigideces estructurales en el mercado laboral como los salarios mínimos, una oferta restringida deriva en una ociosidad productiva en la economía, mientras que la demanda se mantiene alta o incluso aumenta debido al gasto deficitario o a una política monetaria expansiva, provocando una estanflación al estilo de la década de los setenta caracterizada por un crecimiento económico debilitado y un alto nivel de inflación.
Según la teoría neoclásica, la inflación, al contrario de la teoría postkeynesiana en particular (ver más abajo), nunca está causada por el aumento del precio de uno o de varios insumos, ya que esto simplemente conduce a una recalibración del sistema de precios relativos por parte del subastador walrasiano, pero nunca a un aumento general de los precios. Esto implica que una inflación generada por un aumento de los precios, como un shock del precio del petróleo, es algo inconcebible en la teoría neoclásica: según su lógica, este choque solo acarreará una reducción de la demanda de bienes que requieren un alto grado de insumos energéticos para ser producidos, y una reconducción de los recursos hacia bienes poco intensivos a nivel energético y un nuevo vaciamiento del mercado, sin que cambie el nivel de precios general.
Así que la escuela neoclásica no ofrece ninguna otra explicación para el fenómeno de la inflación más allá de la masa monetaria. En las famosas palabras de Milton Friedman (1970), el padrino del monetarismo:
"La inflación es siempre, y en todas partes, un fenómeno monetario."
En este modelo del mundo el empleo siempre va a remunerarse únicamente con el valor marginal del producto, es decir, el producto marginal real multiplicado por el precio de ese producto. Al tratarse de una situación de competencia perfecta, ningún trabajador ni sindicato sería jamás capaz de reclamar de manera sostenida en el tiempo más que esto. Así, según este enfoque los salarios tampoco pueden ser los causantes de la inflación, ya que están exclusivamente determinados por variables reales del mercado laboral.
Considerado frecuentemente un término equívoco, al menos por parte de los economistas postkeynesianos (ver más abajo), el neokeynesianismo es la escuela de pensamiento económico hegemónica hoy en día y el producto de lo que se denomina la síntesis neoclásica (ver Blanchard 1991, para la teoría neokeynesiana en general ver, por ejemplo, Mankiw 2019). Esta síntesis combina el modelo (neo)clásico del mundo descrito en la sección anterior con ciertos elementos de la teoría económica de John Maynard Keynes. En particular, la estipulación de Keynes sobre cierto grado de rigidez de los salarios nominales y los precios debido a factores políticos/técnicos —como los sindicatos, costes de menú— se integran en el modelo (neo)clásico. Cabe recalcar que esto es algo completamente ajeno al pensamiento (neo)clásico debido a su premisa de una competencia perfecta. Así, cualquier "exceso" en la cantidad de dinero inyectado por un banco central conducirá a una inflación sólo si ese dinero es usado por el sector privado o el estado para comprar bienes y servicios. Si en cambio se queda en los balances bancarios o el estado rechaza llevar a cabo un gasto fiscal extra, este dinero adicional acaba inflando los activos financieros. Esto no está causado directamente por el dinero de alta potencia de los bancos centrales, ya que estas "reservas" están restringidas a las cuentas bancarias del banco central y nunca llegan a la economía en general; sino más bien por el crédito adicional que estas reservas permiten que se cree en el sector bancario. Y voilà, aquí tenemos la "inflación de los activos financieros" que llevamos observando desde la gran crisis financiera de 2008.
Ceteris paribus (manteniéndose igual el resto de los factores), los choques de precios debido a, por ejemplo, desastres naturales, crisis energéticas, acaban por disiparse y los precios, por volver a su nivel de equilibrio a largo plazo. Así que estos choques puede que afecten a la inflación de manera puntual, pero nunca lo hacen a largo plazo. Esto es debido a que los agentes económicos tienen expectativas racionales: reconocen la transitoriedad del choque y corrigen sus expectativas de manera correspondiente durante su duración.
La llamada Ley de Goodhart está directamente asociada con el concepto de expectativas racionales. Charles Goodhart escribió en la década de los setenta que en el momento en el que un agregado económico es el objeto de cualquier tipo de política pública (como por ejemplo la propia tasa de inflación), deja de ser un indicador válido para la teoría económica. Imagina que un banco central intenta garantizar una tasa de inflación concreta. Los agentes económicos se anticipan entonces a la política del banco central y se comportan de manera correspondiente cuando la inflación empieza a divergir de los objetivos fijados. En otras palabras, la medición supuestamente neutral de la inflación se ve distorsionada al convertirse en el centro de atención (algo parecido a lo que ocurre en el campo de la física con el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg).
En este modelo económico una presión inflacionaria persistente puede deberse únicamente a un mercado de trabajo completamente exhausto, es decir, en un contexto en el que los empleadores compiten por los pocos trabajadores que queden desempleados. En este escenario de cuello de botella, el coste del único factor económico básico junto al capital sube y sube, empujando al resto de los precios de la economía en una suerte de "efecto goteo." Debe tenerse en cuenta que esto solo es posible porque el factor trabajo recibe más que el valor de su productividad marginal, al contrario de lo estipulado por la escuela neoclásica. De hecho, esta última ni siquiera podría aceptar la idea de una puja por el factor trabajo ya que la remuneración de los trabajadores está determinada no por su escasez relativa, sino por su contribución a la producción, la cual, si nos basamos en la propia definición del modelo, se reduce de manera proporcional al aumento trabajo empleado.
Así, siempre debe haber un cierto grado de "desempleo natural" o, dicho en términos más modernos, una tasa de paro no aceleradora de la inflación (NAIRU por sus siglas en inglés): si el desempleo rebasa la NAIRU durante un periodo de tiempo prolongado los precios tenderán a caer, ya que no hay competencia por el factor trabajo y el poder negociador de los trabajadores es débil. Si por el contrario el desempleo se mantiene por debajo de la NAIRU de manera prolongada es inevitable que esto derive en una inflación.
Al contrario que en los modelos neoclásicos o del neokeynesianos, la escuela poskeynesiana no considera un equilibrio macroeconómico estable. En concreto, se niega la posibilidad de que el mayor de los sueños macroeconómicos, es decir, un equilibrio que garantice el desempleo natural, pueda llegar a convertirse en realidad por algo que no sea pura coincidencia. Esto es una desacreditación directa de la ley de Say que introdujimos más arriba en la sección sobre la escuela neoclásica: si no hay garantías de un equilibrio estable y los mercados no necesariamente se vacían siempre, un aumento de la oferta no genera de manera automática su propia demanda (para la teoría postkeynesiana en general, ver Arestis 1996).
Una de las razones que lleva a los poskeynesianos a argumentar esto es el propio dinero fíat, que el pensamiento neoclásico ignora al entender como neutral. El dinero fíat permite que los hogares y las empresas reserven su poder de compra para usarlo más adelante, lo cual anula la ley de Say. Es concretamente la demanda de dinero en tiempos de particular incertidumbre económica (lo que Keynes llamó la preferencia por la liquidez) lo que provoca un déficit de demanda real efectiva, ya que el dinero no es un producto que los trabajadores puedan cultivar u obtener de una mina, sino algo creado a golpe de bolígrafo por los bancos centrales y comerciales. Como afirmó el propio Keynes (1936):
"El dinero en sus atributos importantes es, sobre todo, un artificio sutil para ligar el presente con el futuro; y no podemos siquiera empezar a examinar el efecto de las expectativas cambiantes sobre las actividades corrientes, excepto en términos monetarios." (Cap. 21, I)
Esto convierte en obsoleto el concepto de una NAIRU, que es la piedra angular de la teoría neokeynesiana de la inflación. Si no hay un equilibrio macroeconómico a largo plazo ni una relación estable entre desempleo e inflación, no tiene ningún sentido mantener el desempleo en un cierto nivel para garantizar que no haya inflación (por ejemplo, Galbraith 1997).
Los salarios nominales no están determinados por el valor de su productividad marginal, sino por la distribución de poder económico relativo entre, por un lado, empleadores (tácitamente) organizados y, por otro, sindicatos (con o sin la asistencia de salarios mínimos decretados por el estado). Más concretamente, los salarios nominales no son el resultado de un proceso de negociación llevado a cabo en el mercado laboral (la existencia del cual es en cualquier caso una ideación puramente teórica para esta escuela de pensamiento); se negocian ex post, es decir, después de que las empresas hayan determinado sus planes de producción, en función de la distribución del poder negociador relativo y/o las intenciones de las empresas de retener a sus trabajadores más valiosos (ver Josep Stiglitz y su idea de "salarios de eficiencia" en Stiglitz 1974). En otras palabras: las empresas determinan su demanda de trabajo en función de sus expectativas de ventas o de los incentivos previstos para trabajadores, y es solo entonces cuando pasan a negociar con asociaciones de trabajadores o trabajadores altamente cualificados de manera individual sobre sus contratos. Esto otorga una importancia crucial a los salarios nominales (o como Keynes los llamaba, salarios monetarios) en los procesos de formación de expectativas e inflacionarios, muy por encima de los salarios reales. La idea clave es que los salarios monetarios no son el resultado endógeno de un "mercado laboral" imaginario, sino que se ven determinados de manera exógena por factores fuera los mecanismos de mercado (ver Keynes 1936, Cap. 19).
En este modelo del mundo, la inflación prácticamente nunca se debe a "demasiado dinero" o "demasiado poco desempleo", y el dinero es considerado algo endógeno a la economía: se crea en función de la demanda de los agentes económicos. En términos de la teoría cuantitativa del dinero introducida en la sección sobre pensamiento neoclásico: la cantidad nominal de bienes y servicios reales multiplicada por el nivel de precios determina el volumen del dinero en la economía, y no al revés. La inflación, entonces, es principalmente el resultado de las expectativas de los agentes económicos y, más concretamente, el tambaleo de sus expectativas sobre el desarrollo de los salarios nominales debido a un choque lo suficientemente grande. Y esto se debe a que los agentes económicos no acostumbran a tener expectativas racionales en el sentido neoclásico del término: la gente no digiere la información nueva con una previsión perfecta, pero es plenamente consciente de la incertidumbre inherente a un futuro que es imposible de predecir con exactitud. Frente a esto, para la teoría neokeynesiana estos choques no acaban disipándose por sí solos, ni la economía volviendo a la larga a su situación de equilibrio (recordemos que para el poskeynesianismo no existe tal cosa). Lo que ocurre es que sus efectos permanecen en el sistema, empujando los salarios nominales y los precios de otros insumos y, en consecuencia, el nivel general de precios, hacia arriba y hacia abajo. Lo hacen, además, de una manera que es potencialmente muy desestabilizante y que, en función de la naturaleza del choque en concreto, toma a veces la forma de un espiral que se retroalimenta (un fenómeno llamado "histéresis").
Otra perspectiva poskeynesiana sobre la inflación articulada sobre la idea que hemos presentado hasta el momento (es decir, que no es ningún mercado de trabajo ficticio, sino el poder económico relativo lo que determina el nivel de los salarios) es el llamado conflicto distributivo. Este concepto tiene su origen en la obra de Michal Kalecki y de otros autores que identifica la inflación como la manifestación de un conflicto entre trabajadores y empresas en una situación en la que la suma de sus reivindicaciones distributivas excede la renta nacional. Esta perspectiva entiende que la intensidad de la inflación está determinada por la intensidad de estos conflictos distributivos, así como por el volumen con el que la suma de las participaciones en el ingreso reclamadas por las partes supere la renta nacional (Isaac 1999). De hecho, esta corriente de la escuela poskeynesiana tiene mucho en común con la perspectiva que la economía política tiene al respecto del mismo tema (ver más abajo).
Por último, tenemos el enfoque de fijación de salarios y precios, un modelo desarrollado por Sidney Weintraub (1978). Este modelo hace hincapié en el crecimiento de los salarios en relación con la productividad del empleo como uno de los principales factores causantes de la inflación. En una posición un tanto inusual dentro de la escuela de pensamiento poskeynesiana (y en cierto modo más cercana a la hegemonía neokeynesiana) recomienda políticas de rentas y/o el mantenimiento de una reserva de empleo lo suficientemente grande como para controlar la tasa de crecimiento de los salarios y garantizar la moderación salarial y un crecimiento de los salarios que sobrepase el crecimiento de la productividad del empleo. Es decir, la inflación de los salarios y, en consecuencia, la inflación de los precios debería mantenerse bajo control mediante el uso de políticas de demanda agregada restrictivas, a expensas de un mayor desempleo, la ralentización del crecimiento de las economías más avanzadas y la restricción de las perspectivas de crecimiento en las economías en vías de desarrollo (Atesoglu 1999).
El enfoque de la teoría monetaria moderna (o MMT, por sus siglas en inglés) es muy similar al de la teoría poskeynesiana, con la diferencia de que el foco principal de la MMT está menos centrado en el papel de las expectativas y mucho más en el conflicto entre los trabajadores y los dueños de capital. En este sentido, tiene algunas similitudes con la política económica marxista (ver más abajo, para más información sobre la MMT en general ver Mitchell 2021, Ehnts 2014).
Desde el punto de vista de la MMT, el dinero no puede ser la fuerza motriz detrás de la inflación, ya que esta escuela concibe el dinero como un factor completamente endógeno. Por lo tanto, no puede ser introducido en exceso en la economía al margen de su demanda: la oferta monetaria se orienta a la demanda monetaria, tanto en el sector público como en el privado. Por consiguiente, la MMT, igual que la teoría poskeynesiana, concibe la inflación/deflación como un fenómeno real: un aumento o descenso del nivel de precios general es el resultado de un desajuste en los mercados de bienes y servicios, nunca de "demasiado dinero."
En este contexto, la MMT entiende que el gasto fiscal es tanto un factor impulsor importante como un instrumento de control inflacionario: si el gobierno, mediante la emisión de moneda, crea una demanda real efectiva por encima de la oferta real disponible de bienes o servicios, la consecuencia es una subida de los precios generalizada. Así, la política fiscal, y no la monetaria, se convierte en el principal instrumento para controlar la inflación. Pero solo lo hace en un sentido ex-ante: cuando parece que las fuerzas del mercado privado están creando una presión inflacionaria —principalmente a través de un crecimiento exuberante de los salarios, por la razón que sea— los impuestos deben aumentar para evitar la presión inflacionaria. De igual forma, cuando la economía amenaza con caer en una espiral deflacionaria a través de impagos masivos de deuda privada, los impuestos deben disminuir para contrarrestar esta espiral, etc. Es importante tener en cuenta aquí el funcionamiento ex-ante de la estrategia: no sirve de nada que el gobierno aumente/reduzca el estímulo fiscal después de que la inflación/deflación se haya instalado en la economía (es decir, ex-post), ya que esto tiene a amplificar en lugar de suavizar el ciclo económico. Frecuentemente, su impacto sólo se hace evidente al cabo de varios meses, así que las políticas del gobierno nunca pueden implementarse ad hoc y acaban por tener un efecto procíclico cuando la economía ya ha pasado a una nueva fase.
En suma, la MMT coincide con la concepción poskeynesiana de la inflación como consecuencia de un conflicto distributivo entre el trabajo y el capital (ver más arriba): ambas facciones buscan aumentar su participación en la distribución funcional de la producción en el mayor grado posible, pero esta lucha está mucho más vinculada al poder político que al económico. Al margen de los factores económicos subyacentes, como el valor del producto marginal del trabajo/del capital, con frecuencia una de las dos partes va a conseguir hacerse con una parte mayor del porcentaje perfectamente "adecuado" que le corresponde. Esto hace que la otra intente ponerse como mínimo a la misma altura, de modo que el total agregado de las tasas de remuneración nominal a las que aspiran ambas partes acaba por superar el total nominal de la producción, empujando así los precios hacia arriba.
La economía política moderna atribuye al estado un rol central como un agente "egoísta, captador y maximizador de rentas" que busca solucionar el conflicto distributivo dentro de su esfera de influencia a través de la inflación como una herramienta para ayudar al gobierno a aumentar su riqueza y así contribuir a su capacidad de mantenerse en el poder (Kirshner 2001. p. 44). Este enfoque, que surgió de las conclusiones del consenso neoclásico, ve con buenos ojos las instituciones diseñadas para despolitizar las políticas monetarias. La relevancia que cobraron los bancos centrales independientes, al menos formalmente, a partir de 2008 con programas tales como la expansión cuantitativa (es decir, la compra de principalmente deuda pública mediante un aumento de la base monetaria creada por los bancos centrales) se interpreta como una financiación monetaria de los estados. Cabe señalar que el 50 % de toda la deuda pública generada por el gobierno británico desde el inicio de la pandemia de COVID-19 ha sido comprada directamente por el Banco de Inglaterra, mientras que en el periodo anterior a la crisis financiera del 2008 apenas poseía deuda alguna. Por otro lado, durante este mismo periodo el porcentaje de la deuda pública de la zona del euro que el BCE compró en mercados secundarios aumentó en un 70 % (Wullweber 2021).
La economía política marxista ofrece diferentes explicaciones sobre la inflación poniendo el foco en desarrollos estructurales. Hung & Thompson (2016), por ejemplo, argumentan que el ascenso y el descenso de la inflación está más vinculado a la distribución del poder entre trabajo y capital que a las políticas monetarias y fiscales: la represión neoliberal y la pérdida de poder del movimiento obrero han mantenido baja la inflación desde la década de los ochenta, y han fomentado un aumento de la desigualdad y un desequilibrio económico masivo qué facilitó el boom financiero que desencadenó la crisis de 2008. Frente a esto, consideran que el único remedio capaz de contrarrestar este desequilibrio y la presión deflacionaria acumulada durante las últimas décadas es un refortalecimiento del movimiento obrero.
Otra perspectiva de la tradición marxista defiende que la inflación es el resultado de una disputa por la riqueza y considera que esta solo es posible debido a una diferencia en el poder relativo con respecto al control del plusvalor creado en la economía:
"La inflación trastoca la convención de credibilidad creada socialmente con respecto al equivalente general [...y] ocurre cuando los agentes relevantes y organizados (grandes empresas) con diferentes niveles de poder económico intentan apropiarse de porciones cada vez mayores del plusvalor creado socialmente [...] Es la percepción de poder sobre el mercado lo que lleva a las grandes empresas a aumentar los precios (Sawaya 2013)."
En su búsqueda del aumento de sus beneficios dentro del modelo de producción capitalista, las grandes empresas intentan imponer el nivel de precios más alto posible para sus productos y servicios. Así, el uso de su poder de fijando los precios se entiende como un mecanismo para aumentar su rentabilidad con efectos negativos por el lado de la demanda, ya que empobrece a los compradores privados o comerciales. La inflación, entonces, no es solo la devaluación del dinero y la pérdida progresiva de poder de compra, sino una cuestión de poder de mercado (o falta del mismo) y de la distribución de la riqueza producida.
Hardcastle (1974) vincula la inflación a la convertibilidad del dinero, en línea con el pensamiento de Karl Marx tal y como lo plasmó en su magnus opus, El Capital. El aumento de los precios es indicativo de "una sobre emisión de papel moneda no convertible", es decir, de una depreciación monetaria: "Si el aumento de los precios generales no fuera causado por una depreciación monetaria, tampoco aparecerían síntomas vinculados al coste y a la demanda (lo cual no quiere decir que un aumento de precios individuales o generales no pueda estar causado por motivos ajenos a la inflación)." En este sentido, los enfoques que suponen que la inflación está dirigida por un aumento de los costes, de los salarios o de la demanda son cuestionados como un intento de explicar el fenómeno "a partir de sus síntomas y no de sus causas." Este enfoque considera que la inflación está causada por "aquellos que controlan la emisión de moneda." Cabe señalar que esa concepción de la inflación está estrechamente ligada a la que la economía clásica tiene sobre esta misma cuestión (ver más arriba), lo cual no es ninguna coincidencia: Marx aceptaba y basó gran parte de su trabajo teórico en el de su antecesor David Ricardo.
En la teoría de la forma del valor marxista, el proceso de intercambio implica la transformación de la sustancia (es decir, el trabajo social abstracto), que pasa así a adquirir una forma monetaria a partir de su forma de valor. Esta transformación tiene una importancia crucial en la teoría macroeconómica de Marx:
"La producción social se organiza como la suma de las actividades que llevan a cabo unidades “privadas” de manera independiente las unas de las otras. La socialización del trabajo privado adquiere la forma de un intercambio de productos que conlleva, en sí misma, dos aspectos: (1) la transferencia de valores de uso entre propietarios de acuerdo con valores relativos, quizás "transformados" por otras relaciones, como la nivelación de la tasa de beneficios, la formación de rentas, etc. [Lipietz, 1979b; 1982]; y (2) la confirmación, así, de la validez social de cada unidad privada de trabajo." (Lipietz 1982, p. 50, énfasis añadido)
De algún modo el dinero serviría como un equivalente general (de nuevo un concepto de la economía clásica; pensemos en el término numéraire, un pilar de la teoría monetaria), mientras el trabajo universal empleado en cualquier lugar dentro de la división social del trabajo sea previamente validado, en el sentido de representar un cierto nivel de "poder de compra" (Lipietz 1982, p. 51). La conservación del poder de compra se ha visto profundamente transformada por la generalización del crédito desde el colapso de Bretton Woods. Es aquí donde resurge de nuevo el vínculo entre Marx y los poskeynesianos, en la noción de que es la fuga del ahorro del poder de compra en el circuito económico lo que invalida la ley de Say (ver arriba).
Lipietz (1982), un representante de la Escuela francesa de la regulación, inspirada por los postulados marxistas, señala un "problema de ajuste" inherente al modelo de producción capitalista. En el caso del dinero-mercancía, es decir, del dinero que asume el valor económico del metal o del grano del cual se compone, este ajuste ocurre supuestamente de forma automática. Tomando el oro como ejemplo, la escasez del dinero-mercancía actúa como freno a los intentos de los capitalistas de aumentar los precios. Frente a esto, con el advenimiento del dinero-crédito, el ajuste tiene lugar a nivel global:
"El efecto de las conexiones intertemporales en el sistema de precios nominales se hace notar de dos maneras. En el caso del dinero-mercancía, una onza de oro siempre tendrá el mismo precio. Los precios entonces descenderán para ponerse a la altura de las relaciones internas. En el caso del dinero-crédito, el ingreso monetario de las dos clases sociales es definido en términos nominales: X cantidad al mes para los trabajadores y una tasa de retorno anual concreta para el capital. En consecuencia, los precios aumentarán a un ritmo inflacionario equivalente a la diferencia entre la tasa de beneficio real y la nominal." (Lipietz 1982, p. 55)
Con la emisión del crédito de manera equivalente a la demanda de capital productivo, el dinero-crédito se ha vuelto endógeno al sistema económico, y se ve determinado únicamente por las estimaciones que hacen los bancos sobre las oportunidades para el uso de crédito por parte de sus clientes (Lipietz 1982). Así, el dinero-crédito es validado ex-ante por parte de bancos privados y, en última instancia, pseudovalidado al mismo tiempo por los bancos centrales, interesados en mantener niveles de liquidez adecuados en segmentos de mercado esenciales para controlar así el riesgo de inflación.
Una idea central de la economía política crítica señala el problema de una posible brecha estructural permanente entre el poder adquisitivo y el precio de los bienes y servicios ofertados en el mercado o codificado por el propio mecanismo de precios (Douglas 1931). Las empresas establecen el precio de sus bienes y servicios en función de la suma del coste de los insumos que utilizan (tierra, trabajo, capital) y de la competencia del mercado en el que operan, e incluyen en este proceso un margen de beneficios empresariales. En otras palabras, intentan cobrar todo "lo que el tráfico sea capaz de asumir" (Veblen 1923, p. 85). La mayoría de las empresas utilizan este mecanismo de fijación de precios orientado a la maximización del beneficio, así que la brecha que esto causa debe salvarse parcialmente mediante el uso de crédito de bancos comerciales (Di Muzio y Noble, 2017). Por tanto, el capitalismo moderno está basado en una necesidad estructural de crédito y deuda que es a la vez la causa de este sistema de fijación de precios por costo-plus (ibid.) y lo que permite cerrar la brecha que este provoca. Otro problema es que "siempre hay más deuda en el sistema que capacidad para retornar el crédito", debido a que en la emisión de dinero mediante la creación de préstamos bancarios "se crea el principal pero nunca el interés" (ibid., p. 1010). El interés vinculado al dinero/crédito se concibe como uno de los principales impulsores de la inflación diferencial, aquella impulsada por esta discrepancia natural entre empresas en términos de ratio de endeudamiento, costes de producción y, eventualmente, en el nivel de interés que ofrecen. El interés se traspasa entonces a los consumidores, derivando en lo que se denomina inflación por interés, markup o beneficios (ibid., p. 103f). Asumiendo que la mayoría de los negocios no se autofinancian exclusivamente mediante ganancias retenidas, esto provoca que la deuda empresarial continúe creciendo y el pago de intereses se convierta en un factor crucial en el aumento de los precios.
Desde la perspectiva de economía política marxista, las crisis periódicas de sobreproducción o de subconsumo derivadas de la intertemporalidad de la financiación de la deuda se deben a que la brecha estructural y la escasez de poder de compra en la economía que hemos perfilado anteriormente provocan "cadenas de pagos cada vez más largas", ademas del agotamiento de los medios que permiten liquidar las deudas pendientes. Este es el punto en el que se invoca normalmente a los bancos centrales para que actúen como acreedores y prestamistas de última instancia. Los periodos expansivos previos a este tipo de crisis se caracterizan por trayectorias inherentes al sistema de desarrollo desigual e incluyen ventajas distributivas para las inversiones intensivas en capital derivadas del dominio estructural del capital frente al trabajo asalariado, así como del proceso de creación monetaria en sí mismo, que crea sólo el principal, pero no el interés. Los académicos de inspiración marxista señalan las consecuencias relativamente desiguales de la inflación: los hogares menos pudientes se ven especialmente afectados por el aumento de los precios, ya que cuentan tan solo con unos salarios relativamente inflexibles para hacer frente a un aumento vertiginoso de sus gastos de subsistencia mensuales, mientras que los individuos más acaudalados y particularmente los que poseen grandes patrimonios exhiben una apabullante tendencia hacia el ahorro y la inversión de sus ingresos en activos inmobiliarios, acciones o bonos privados o públicos. A esto cabe añadirle que los hogares, las empresas o los gobiernos más pobres ven dificultado su acceso al préstamo y se enfrentan a mayores costes de endeudamiento debido al aumento de los intereses, además de ser los primeros en verse confrontados con la reestructuración general de los intereses al tiempo que sus contrapartes más solventes obtienen mejores tipos de interés y facilidades para pedir préstamos de mayor volumen. La consecuencia de todo esto es el aumento o, como mínimo, la consolidación de la brecha aparente entre ricos y pobres (Piketty 2014).
En general, las perspectivas sociológicas sobre la inflación comparten varios de los supuestos analíticos de la tradición de la economía política (ver arriba). Estos son, principalmente, la crítica a las conceptualizaciones económicas ortodoxas (el "economismo" de la escuela neoclásica, en palabras de Bourdieu 1990) por un lado y el énfasis en la contextualización política y social y, en consecuencia, inherentemente conflictiva, de los fenómenos económicos (ver por ejemplo Ingham 2004, pp. 80-81). Como punto de partida, Goldthorpe (1978) ofrece un buen ejemplo de cómo la perspectiva sociológica de la inflación puede llegar a integrar estos dos aspectos. En su trabajo, Goldthorpe aplica una suerte de crítica inmanente a las explicaciones económicas de la inflación, identificando lo que denomina "categorías residuales", es decir, factores causales dentro de una teoría que se usan para explicar ciertos resultados empíricos pero cuya formación o emergencia depende de aspectos exógenos al análisis original. A partir de esto, ofrece una alternativa productiva.
Por ejemplo, los monetaristas tienden a explicar la inflación mediante un aumento de la base monetaria (ver arriba), cuya determinación recae en el poder público. Pero la razón por la cual los políticos o los funcionarios del banco central aumentan la base monetaria no puede explicarse de manera endógena. Goldthorpe (1978, pp. 187-89) señala que esta cuestión se intenta explicar mediante argumentos normativos (por ejemplo, la "irracionalidad" o la "incapacidad para la gestión económica" de los gobiernos) o mediante la extensión del análisis económico para abarcar sujetos tradicionalmente fuera de su alcance teórico: "el problema de la política pública con respecto a la inflación es definida en términos de “mercado” (es decir en términos del ‘mercado político’), y la solución se busca en un análisis de fuerzas en el mercado político." (Goldthorpe 1978, p. 188)
Un problema similar puede identificarse también en la segunda teoría sobre la inflación que hemos visto, la de la inflación impulsada por los costes. Aquí no son las autoridades sino los sindicatos los que impulsan la inflación del nivel general de precios con sus "demandas persistentes y apresuradas por el aumento de salarios." (Goldthorpe 1978, p. 189) Las razones que se ofrecen para intentar explicar estas demandas salariales excesivas vuelven a estar ligadas a un comportamiento irracional que queda fuera del marco de análisis de la teoría económica estándar. Así, académicos contemporáneos acostumbran a fomentar ideas como las "rivalidad intersindical", los "celos" o la "ideología" (Goldthorpe 1978, pp. 191-2) para explicar lo que llevaría a los líderes sindicales a ignorar las consecuencias inevitables de sus demandas salariales, a saber, un aumento todavía mayor del nivel de precios.
Ante esto, Goldthorpe propone analizar la inflación a través de una mirada sociológica, es decir: a) vincularla a los "cambios constantes que tienen lugar en las estructuras y procesos sociales" (1978, p. 195) en lugar de centrarse exclusivamente en las interacciones que ocurren dentro de la esfera económica y b) manejar categorías analíticas que hagan (socialmente) inteligible la supuesta irracionalidad de los sindicatos y los demás sujetos involucrados en el proceso. Goldthorpe hace hincapié en tres factores causales interrelacionados que han contribuido históricamente a "una agudización del conflicto social" (1978, p. 196) en las sociedades capitalistas. La primera es la debilitación del papel del estatus social como legitimación moral de las igualdades de clase, en el sentido que los privilegios culturales (como, por ejemplo, linajes aristocráticos) ya no justifican la divergencia de las realidades socioeconómicas. Como consecuencia, el conflicto social se vuelve más probable, ya que "una vez desaparecido del ordenamiento normativo del estatus no existe una razón evidente para justificar que las reivindicaciones salariales de diferentes tipos de trabajadores no puedan expandirse y llevar a una búsqueda de relatividades que son altamente intransitivas." (Goldthorpe 1978, p. 200) La segunda razón es que la introducción generalizada de un principio de ciudadanía (Marshall) como "fundamentado en la igualdad de derechos" (Goldthorpe 1978, p. 202) entre los miembros de la misma comunidad nacional tiende a acentuar las desigualdades generadas por los procesos del mercado y por unas políticas públicas que permiten un (aumento del) desempleo, lo cual provoca una potencial "reacción vehemente" (Goldthorpe 1978, p. 204) por parte de trabajadores y sindicatos. Por último, la emergencia de lo que Goldthorpe llama una clase obrera sociopolíticamente "madura" para la cual "el sindicalismo [...] es la estrategia de acción normal a través de la cual las condiciones de trabajo y los estándares de vida son defendidos y mejorados en la medida de lo posible." (1978, p. 207)
Una vez presentadas estas explicaciones un tanto generales para el comportamiento de agentes económicos y sociales que las teorías económicas ortodoxas no son capaces de conceptualizar, esta interpretación ciertamente obvia el papel de varios mecanismos institucionales presentes en las sociedades capitalistas contemporáneas como, por ejemplo, los diferentes sistemas de negociación colectiva. Además, Goldthorpe escribió en un tiempo marcado por la "estanflación" que siguió a las históricas crisis del petróleo. Así, cuanto menos cabe preguntarse hasta qué punto pueden extraerse conclusiones de unos casos empíricos caracterizados por una deflación persistente (la "década perdida" en Japón, por ejemplo) o de tendencias generales como el continuo declive de la densidad sindical en las economías industrializadas.
Recientemente, los académicos vinculados a la tradición institucionalista Hall y Franzese Jr. (1998) han ofrecido lo que puede leerse como intentos para hacer frente a estas deficiencias. Aplicando la perspectiva de la Economía Política Comparada (EPC) los autores analizan las interacciones entre los bancos centrales y los sistemas de negociación colectiva nacionales, conceptualizando estos últimos como "el grado en el que los sindicatos y las organizaciones patronales se coordinan activamente para determinar los acuerdos salariales a lo largo de la economía" (Hall y Franzese Jr. 1998, p. 509), así como sus impactos macroeconómicos correspondientes. Su investigación —cuantitativa, transnacional y basada en datos de la OCDE— cuestiona la defensa que hace el monetarismo neoclásico contemporáneo de la independencia de los bancos centrales, poniendo de relieve que sus mecanismos de señalización entre estos y los agentes negociadores son empíricamente más efectivos cuando están coordinados con los sistemas de negociación colectiva (Hall y Franzese Jr. 1998, p. 524). "Es más probable que el Banco Central responda directamente a [los acuerdos salariales entre sindicatos y organizaciones patronales más recientes]" (Hall y Franzese Jr. 1998, p. 511), ya que estos suelen tener un impacto más directo en la situación de la economía nacional que en el caso de las negociaciones colectivas más descentralizadas y descoordinadas. Esto provoca a su vez que las organizaciones estén pendientes de las señales sobre las posibles (futuras) posturas en materia de políticas económicas que pueda adoptar el banco central, lo cual "puede llegar a influir el nivel de los acuerdos y reducir la inflación [...]" (Hall y Franzese Jr. 1998, p. 511). Así, reducir la inflación no depende exclusivamente de la independencia de los bancos centrales, sino del carácter de la variedad de organizaciones sociales que han surgido a lo largo de un largo proceso histórico, y que puede que no sean especialmente susceptibles de ser moldeadas mediante la ingeniería política» (Hall y Franzese Jr. 1998, p. 525), una conclusión coherente con las propuestas de Goldthorpe (1978).
Desde una perspectiva más sistémica e histórica, Streeck (2011, 2014) pone el foco repetidamente en el papel de la inflación como herramienta política para "desactivar conflictos sociales potencialmente desestabilizadores" (Streeck 2014, p. xiv) durante la coyuntura crítica que el capitalismo de posguerra occidental vivió en la primera mitad de los años setenta. En una situación que ya estaba tensionada debido a las grandes huelgas obreras de 1968 y los años que le siguieron, los gobiernos Cse enfrentaron a la cuestión de cómo conseguir que los sindicatos moderaran las reivindicaciones salariales de sus miembros sin tener que rescindir la promesa keynesiana del pleno empleo» (Streeck 2011, p. 11). Mientras los países corporativistas pudieron, hasta cierto punto, hacer uso del diálogo social tripartito para garantizar la contención salarial, las economías que no contaban con un entramado institucional restrictivo se vieron obligadas a recurrir a una política monetaria expansiva como "un sucedáneo conveniente para evitar un conflicto social suma cero" (Streeck 2011, p. 12) entre el trabajo y el capital. Así, al menos temporalmente, los responsables políticos aceptaron de buen grado la subida de los índices de inflación "mientras permitiera la coexistencia del pleno empleo con una negociación colectiva libre" (Streeck 2011, p. 11). Pero una vez acelerado el aumento de la inflación, su impacto material y distributivo en los diferentes grupos sociales se hizo cada vez más visible (ver Krippner 2011, pp. 17-8 para el caso estadounidense) y la clase política se vio obligada a dar un vuelco radical a esta estrategia, lo cual culminó en el choque Volcker de 1979.
Lo que demuestran estas perspectivas inspiradas por el enfoque sociológico es que la inflación no constituye en absoluto una variable técnica y neutral, ni es el resultado unilateral del manejo de la oferta monetaria en una economía. De hecho, lo que queda claro es que tras estos procesos se esconden los intereses múltiples y contrapuestos de diferentes agentes, lo cual añade una capa de complejidad que es difícil de analizar mediante metodologías económicas convencionales exclusivamente.
Muchas gracias por los comentarios y las revisiones del grupo de trabajo sobre macrofinanzas de Exploring Economics. Son muy bienvenidas las contribuciones orientadas a ampliar este texto con segmentos sobre la inflación desde la perspectiva de otra teoría económica o escuela de pensamiento. Puedes contactarnos con tal fin aquí.
Anderegg, R. (2007): Grundzüge der Geldtheorie und Geldpolitik. München: Oldenbourg Verlag.
Arestis, P. (1996), ‘Post-Keynesian economics: towards coherence’, en: Cambridge Journal of Economics, Vol. 20(1), pp. 111-135.
Atesoglu, H. S. (1999) 'Inflation: conflicted claims approach' in O'Hara, P. A. Encyclopedia of Political Economy: A-K, pp. 510-512.
Blanchard, O. (1991) ‘Neoclassical Synthesis’. En: Eatwell J., Milgate M., Newman P. (eds) The World of Economics. The New Palgrave. Palgrave Macmillan, London. [disponible en línea bajo: https://economics.mit.edu/files/677]
Bourdieu, P. (1990) El sentido práctico. Madrid: Siglo XXI Editores.
Di Muzio, T. and Noble, L. (2017) 'The Coming Revolution in Political Economy: Money, Mankiw and Misguided Macroeconomics', en Real-World Economics Review, Vol. 80, pp. 85-108.
Douglas, C. H. (1931) The Monopoly of Credit. London: Chapman and Hall.
Ehnts, D. (2014) Geld und Kredit: eine €-päische Perspektive. Marburg: Metropolis Verlag.
Friedman, M. (1970) Counter-Revolution in Monetary Theory. Wincott Memorial Lecture, Institute of Economic Affairs, Occasional paper 33.
Galbraith, J. (1997) ‘Time to Ditch the NAIRU’, en Journal of Economic Perspectives, Vol. 11(1), pp. 93-108.
Goldthorpe, J. (1988) 'La Inflación Actual: Hacia una Perspectiva Sociológica' en Hirsch, F. and Goldthorpe, J., La Economía Política de la Inflación, Fondo de Cultura Económica, pp. 186–216.
Hall, P. & Franzese, Jr., R. (1998) 'Mixed Signals: Central Bank Independence, Coordinated Wage Bargaining, and European Monetary Union' en International Organization 52, 3, pp. 505-535.
Hardcastle, E, (1974) Inflación: Teoría y Hechos, [accesible en línea bajo: <https://irteen.net/wp-content/uploads/2013/05/abc-teorc3ada-y-hechos-de-la-farsa-interminable-de-la-inflacic3b3n.pdf >, accedido por última vez el 08/08/2022].
Hung, H. and Thompson, D. (2016) 'Money Supply, Class Power, and Inflation: Monetarism Reassessed', en American Sociological Review, Vol. 81(3), pp. 447-466.
Ingham, G. (2004) The Nature of Money. Cambridge/Malden, MA: Polity Press.
Isaac, A.G. (1999) 'Inflation: conflicted claims approach' en O'Hara, P. A. Encyclopedia of Political Economy: A-K, pp. 508-510.
Keynes, J. M. (1936) Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica.
Kirshner, J. (2001) 'The Political Economy of Low Inflation', en Journal of Economic Surveys, Vol. 15(1), pp. 41-70.
Krippner, G. (2011) Capitalizing on Crisis. The Political Origins of the Rise of Finance. Cambridge, MA/London: Harvard University Press.
Lipietz, A. (1982) 'Credit Money: A Condition Permitting Inflationary Crisis', en Review of Radical Political Economics, Vol. 14(2), pp. 49–57.
Mankiw, N.G. (2019): Macroeconomía. 10ª ed., Barcelona: Antonio Bosch Editor.
Marx, K. (1887) ‘El Capital - Crítica a la Economía Política’, Madrid: Ediciones Akal.
Mitchell, B. (2021): Modern Monetary Theory, [accesible en línea bajo: <http://bilbo.economicoutlook.net/blog/>, accedido por última vez el 08/08/2022]
Piketty, T. (2014) El Capital en el siglo XXI. Fondo de cultura económica.
Sawaya, R. R. (2013) Value, price, inflation and the Power of Capital: a Marxist Vision, [accesible en línea bajo: <https://www.hetecon.net/wp-content/uploads/2019/12/Sawaya_AHE2013.pdf>, accedido por última vez el 08/08/2022].
Stiglitz, J. (1974) ‘Alternative Theories of Wage Determination and Unemployment in LDC's: The Labor Turnover Model’, en Quarterly Journal of Economics, Vol. 88(2), pp. 194-227.
Streeck, W. (2011) 'Las Crisis del Capitalismo Democrático' en New Left Review 71, pp. 5-29.
Streeck, W. (2014) Buying Time. The Delayed Crisis of Democratic Capitalism. London/New York: Verso.
Tooze, A. (2021) Chartbook Newsletter #22: How do you count inflation? Tracking Weimar's hyperinflation., [accessible en línea bajo: <https://adamtooze.substack.com/p/chartbook-newsletter-22>, accedido por última vez el 08/08/2022].
Veblen, T. (1923) Absentee Ownership: Business Enterprise in Recent Times. New Brunswick: Transaction.
Weintraub, S. (1978) Capitalism's Inflation and Unemployment Crisis: beyond Monetarism and Keynesianism, Addison-Wesley.
Wullweber, J. (2021) Zentralbankkapitalismus, Berlin: Suhrkamp.